Alpes franceses, suizos e italianos (Parte IV)

Venimos de la Parte III.

Nos pilló el toro. Pretendíamos pernoctar en Ulrichen pero se nos hizo tarde y acabamos en un magnífico pueblodemierda de la Suiza más alemana: Guttannen. Muy rectamente nos informaron de que la noche en el único hostal del pueblo salía a 70€; bien, por lo menos no gastamos mucho. El muchacho se va, vuelve y sí, efectivamente, 70 por persona (suputamadre).

Estudiando para mañana.

Salimos tempranito y paramos a desayunar en otro mini pueblo. Una pequeña cocinita ofrecía desayunos, así que parada técnica de café + croissant (suizos, no franceses, o tan buenos) y carretera, que hoy es el día por el que nació este viaje: vamos a subir y bajar más que un tonto: Guttannen, Sustenpass, Andermatt, Oberalppass, Furkapass, Grimselpass, Guttannen (vale, sí, me lié con el mapa), Furkapass y Airolo (Suiza italiana).

La señora era amable pero seria y rígida como ella sola.

Joooooooder qué ascazo!! super bicho regordote atrapado en las entradas de aire del casco. Hubo que llamar a “ayuda en carretera” para extraerlo con grúa.

Luego vas y dices que estar mayor para tal o cual. Encontramos un buen montón de gente mayor subiendo en bici puertos que nunca te atreverías. Pasando de los sesenta años y con el equipaje a cuestas. ¡Óle sus webs!

Clásicas viajeras en Furkapass. Parada obligada por las vistas y la visita al interior del glaciar. Ojo, a través de la tienda de souvenirs.

Más de 20 años a cuestas, equipaje, dos personas, quién dijo “miedo”.

El más cargado se lleva un gallifante. Ellos sólo venían desde Alemania, eso está ahí al lao 😉

El túnel del glaciar se excava cada año, pero cada vez es más pequeño, hay que cuidarlo, por eso lo tienen tapadito con una tela enorme y blanca, que no sé hasta qué punto hará algo, porque la verdad, parece que no vale para nada.

Volvemos a la carretera, curvas abajo y a comer en la ribera de un río agitadísimo. Acampada en el césped.

No paraban de pasar motos estruendosas de arriba a abajo y vuelta a empezar. Los vecinos estarán acostumbrados, pero…tela.

Una carretera bien hecha. Esto es Suiza.

Grimselpass.

Los deberes del día 4 de Septiembre. ¡Vaya deberes! ¡qué drama!

Bellezón clásico.

La marmota, la mascota favorita de los suizos: peluches, ungüentos, camisetas, llaveros, un jardín con casitas y un larguísimo etcétera.

Lago en la cumbre del Grimselpass.

Otro lago bajando por el otro lado. Esta vez el lago es verde 🙂

Nos costó lo suyo, pero después de pelearme con el mapa y de que casi me costara el matrimonio, conseguimos llegar a Airolo, Suiza italiana. No sólo se nota en la lengua, el paisaje, la actitud de la gente, el dinero en la ciudad…

Si vas a Airolo, no sé por qué la vida puede llevarte a Airolo, la verdad, pero si por algún chance del destino tus huesos van a dar a Airolo, te recomiendo el Albergue Girasole. Lo regenta un tipo realmente majo, que nos dejó una planta entera para dos a un precio de derribo (además, los precios bajan cuando nos acercamos a Italia). Nos lo encontramos en un pub (El pub) por la noche y ahí estaba, de parranda. Y al día siguiente un desayuno fetén, muy recomendable.

Se ve que en temporada de esquí lo parte, está muy bien situado y tal, pero para cualquier otra cosa, Airolo es un pueblecito pequeño sin más interés que el tener el puerto de San Gotardo a un minuto. Suficiente para nosotros.

Veccia preparada para continuar la marcha. Nos guardaron la moto en un garaje (esa puerta de la izquierda) junto a la bici de un ciclo-turista que venía de vete a saber dónde. Tampoco sabíamos a dónde se dirigía, pero se le veía muy preparao 🙂

Un cuadro de la subida a San Gotardo en el comedor del Albergue Girasole.

Por supuesto subimos por la calzada original, la adoquinada.

Parte V

Al día siguiente nos levantamos en Como, a tiro de gapo del Lago di Como. La tarde antes estuvimos recorriendo la pequeña ciudad y tiene una arquitectura muy interesante con rincones preciosos.

Eso sí, es destino de retiro de ricos y famosos, con lo que a ratos se estropea con gilipollez elitista. Mansiones en islas de holliwoodianos y algunas tiendas con precios para echarse a reír.

Me gustaron las botas, pero se me iban un pelín de precio (650€).

Al día siguiente carretera y manta. Vamos hacia el bendito Stelvio. Dirección nordeste, rodeamos el super Lago di Como y nos tragamos túnel tras maldito túnel. En vez de hacer carreteras como Dios manda, taladran la montaña y respiramos aire asqueroso durante cientos de kilómetros por túneles en obras de un carril por sentido y un tráfico bien denso.

Jornada para olvidar entre polígonos industriales del norte de Italia que finaliza en un pueblecito entre Bormio (al pie del Stelvio) y la ciudad sin impuestos, Livigno: Valdidentro. Bormio es un pueblo con encanto, con mucho comercio y hostelería que vive de las temporadas de esquí y los aficionados a la moto ya la bici que cumplen su sueño de coronar el Passo dello Stelvio.

Desde la habitación ya se olisquea el ambiente motero.

Pasamos la tarde en Bormio y por la mañana hacia la cumbre.

En bici esto tiene mérito de verdad.

Mucho tráfico en la bajada, eso sí. Ya no era temprano y había mucho coche y mucha moto que, junto con esas horquillas, hacen que resulte un puerto muy incómodo sobre todo para el copiloto.

Y llegamos a Sárnico, un pueblecito del centro de Italia que vive enfrentado a Parático y unido a él como un siamés por un puente de unos 70 metros.

No pudimos reservar alojamiento con antelación y nos las vimos bien negras para encontrar techo. Ni un solo establecimiento en ambos pueblos con wifi, ni pagando, si siquiera el “Caffé Centrale”, un sitio de modo frente al que estacionaban todas las motos de los alrededores. Mucha italiana y mucha moto legendaria (tipo RVF y cosas así). Ducatis con la pandereta bien sintonizada daban vueltas como nosotros buscando internet.

Finalmente, ya desesperados, encontramos un hotel en Parático que tenía pinta de vieja gloria. Decorado con mobiliario que hacía las delicias de la gente hace treinta años, necesitaba una renovación urgente. Aún así, tenía un mínimo de calidades y una piscina estupenda frente al rio/lago que nos dio una vida increíble y que hizo que nos quedáramos un día más para restablecer fuerzas: cenitas, paseos, tumbonas, ¡mmmm!

Parte VI

Mucha bici y mucha moto, aunque las carreteras de la zona tampoco eran para tirar cohetes. El pueblo tenía mucha vida, es el principal destino vacacional de la zona.

Aunque el cielo se ve negro, la temperatura era ideal.

Pues ala, de aquí tiramos al sudeste hacia las Cinque Terre, pero primero, hacemos noche en La Spezia.

Conseguimos un hostalillo muy apañao y barato. Salimos a comer y a dar un paseo. Siesta, cena y al sobre. Buscamos como siempre para cenar algún sitio por Trip Advisor donde se comiera bien. El sitio y la comida estaban pasables, pero el tipo intentó engañarnos. Menos cantidad de comida que a los vecinos de mesa (ante el mismo plato) y una botella de “vino blanco de la casa” por quince euros sin avisar (no te jode). Le dejé claro que eso no se hacía, que eso se avisa y que no me había gustado nada. Por supuesto puntamos negativamente en Trip Advisor, que para eso está y es la única forma que tiene el consumidor de hacer que su voz se oiga.

La Spezia es una ciudad con puerto, mucha tienda, parque, etc. Es grande y tiene vida nocturna. Es la puerta a las Cinque Terre, donde normalmente el turista se alberga para pillar el tren que le lleve de ruta a las cinco estaciones, una por cada pueblo. Pasan el día (palizón de turista) y vuelven destrozaditos a La Spezia. La razón es que el alojamiento en los pueblos está muy restringido. La carretera, además de complicada es muy estrecha, pero sobre todo, el aparcamiento es mínimo. Puedes llegar, pero no puedes dejar el coche porque físicamente no hay espacio. Afortunadamente vamos en moto, nosotros dormiremos al día siguiente en uno de los pueblos.

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